ELON MUSK, SATELITES DE MADERA Y LA AGROINDUSTRIA ARGENTINA.

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Hay un hilo que vincula a Elon Musk, los científicos japoneses y la agroindustria argentina. En un mundo cada vez más interconectado, estas relaciones pueden dar cuenta de las oportunidades que tiene el país para desarrollarse.

Esta semana se conoció que un grupo de científicos de Japón desarrolló un satélite de madera que será puesto en órbita en septiembre próximo en un cohete de SpaceX, la compañía de Musk, el emprendedor multimillonario que viene poniendo sus ojos en la Argentina y forjando una relación personal con el presidente Javier Milei.

¿Y por qué un satélite construido con madera de magnolia? Científicos de la Universidad de Kyoto lo desarrollaron con la empresa forestal Sumitomo Forestry para que cuando el equipo espacial termine su vida útil y regrese a la atmósfera se queme por completo, a diferencia de lo que ocurre con los desechos de los satélites tradicionales. En definitiva, ese pequeño cubo de diez centímetros forma parte de la nueva generación de bioproductos que la forestación y la industria de la madera están creando para insertarse en un mundo que gira hacia la bioeconomía con desarrollos que tienen cada vez menos impacto sobre el ambiente.

Industria forestal

En este escenario, la agroindustria argentina tiene mucho para decir y hacer. Un ejemplo de esto lo dio hace unos días la industria de la forestación y la madera que, mediante el Consejo Forestal Argentino (Confiar), presentó un trabajo de la consultora internacional Afry que explica el potencial que tiene la actividad para atraer inversiones, generar empleo e incrementar las exportaciones del país.

“Así como el litio, el vino, la soja, ganadería u otros sectores productivos de la Argentina, la foresto-industria es un poderoso motor económico que puede generar inversiones por más de 6000 millones de dólares”, dice el informe presentado en la Mesa Nacional Foresto Industrial, que agrupa a todas las ramas de la actividad en el sector privado y al sector público.

Como se sabe, la Argentina tiene un atraso en este sector desde hace décadas por la inestabilidad propia del país y por la politización de los criterios ambientales, como ocurrió durante el kirchnerismo con el caso de las empresa finlandesa que eligió a Uruguay como localización de sus inversiones.

Hay datos que reflejan ese atraso. Claudio Terrés, presidente de la Asociación de Fabricantes de Celulosa y Papel (Afcp), recordó que en 1990 la Argentina producía unas 800.000 toneladas de celulosa al año que representaban el 12% del volumen regional. “Actualmente, produce prácticamente lo mismo, representando el 0,4% del total regional”, destacó. Chile, Brasil y Uruguay recibieron en los últimos años inversiones por US$30.000 millones en las últimas décadas. Para la Argentina, ese tren pasó de largo.

Según datos de la industria, el mercado interno está “insatisfecho en papeles, con un déficit en comercio internacional”. Para Confiar, que representa a todos los eslabones de la cadena, “la Argentina puede crecer en productos tradicionales, pero, además, se pueden sumar a través de innovación, nuevos productos de alto valor agregado; bioproductos químicos, fibras textiles, nanocelulosa, envases con recubrimientos especiales biobasados, enzimas para mejorar la calidad del reciclado, papeles con propiedades antimicrobianas en el envasado de alimentos, entre otros”.

El informe de la consultora Arfy, a su vez, calcula que “el crecimiento del valor de la industria forestal mundial para 2019-2035 será de más de 210 miles de millones de dólares y la Argentina puede posicionarse para ser parte de ese crecimiento”. Y reafirma en modo optimista: “Es el turno de la Argentina”.

Hoy, la actividad comprende “1,3 millones de hectáreas de plantaciones forestales, exportaciones por 550 millones de dólares; 100.000 empleos directos y 6000 Pymes de la cadena madera-muebles”, dice la industria.

Además de corregir los desequilibrios macroeconómicos, la actividad requiere de reglas de largo plazo y el desarrollo de la infraestructura de vías navegables, rutas y transporte acordes para que la producción llegue a destino. También exige el respeto de normas básicas de propiedad privada como lo reflejan los proyectos de inversión demorados en la Patagonia.

Como en otros rubros de la agroindustria, no son reglas demasiado complejas: solo equivalentes a las que tienen los países vecinos. Es un tren que vuelve a pasar y que el país no debería desaprovecharlo.

Por: Cristian Mira.-

LA NACION.-

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